¿Formación de politólogos o entrenamiento de burócratas?

“Por supuesto no tengo la fórmula para salvar a la humanidad,
 ni siquiera para salvarme yo,
pero pienso que el mundo no es para dejarlo ser mundo de cualquier manera,
sino para hacerlo nuestro mundo,
a imagen de nuestros sueños y de nuestros deseos”.
 Gonzalo Arango
En la ciencia política, y más claramente entre los que la hemos tomado como disciplina y campo de conocimiento académico para nuestro estudio, existen ciertas diferencias y diversas discusiones teóricas, muchas de gran importancia, y algunas de una relevancia profunda y esencial. Sin embargo existe una discusión que va más allá de una disciplina, y que incluye y problematiza a muchas más (principalmente a las que son de la rama de las ciencias sociales y/o humanas), al plantear el debate en torno al papel de la academia y del académico, frente a la sociedad y la realidad existente, y por lo mismo la labor de nuestros conocimientos y de las construcciones teóricas y herramientas de análisis utilizadas para estudiar nuestra realidad.
En el entorno académico pueden ubicarse dos polos que aunque no son estrictamente contrarios si se distancian fuertemente. Uno de ellos parte de la idea de que la formación académica no puede tener como fin el sometimiento a estructuras de poder definidas y a realidades supuestamente absolutas, sino que el académico debe asumir un compromiso con las realidades y una preocupación profunda por su constante presente y cambio. La labor del académico se entiende entonces como una práctica de construcción de conocimientos a partir de su contexto en aras de transformarlo, de forma que la academia sirva a la sociedad y a sus mayorías. El segundo polo podríamos decir que ostenta, irrealmente, la pretensión de llamar a la objetividad y la imparcialidad, y bajo este sofisma atiende a formular proposiciones teóricas que, llamando a reconocer “verdad”, mantienen estructuras de dominación y explotación en nuestras sociedades; de esta manera se pone a la academia al servicio de dichas estructuras, restándole su autonomía y criticidad.
Siendo el primero de estos polos el que manifiesta un compromiso de la academia con la sociedad, es desde este a partir de cual vamos a realizar algunas reflexiones que apuntan a generar una crítica de fondo con respecto a la “(de)formación” en ciencia política, que parece preocuparse más por entrenar burócratas y “académicos” para el mantenimiento de este tipo de orden.
La Ciencia Política, debe estar cargada de una fuerte crítica en torno a la realidad existente en nuestro país y no encontrarse alejada o ajena con respecto las preocupaciones locales y nacionales, debe dejar de ser un instrumento que mantiene y reproduce realidades desiguales, autoritarias y elitistas, para ser práctica transformadora en un país que necesita cambios. Colombia necesita politólogos que cuestionen el poder, que desestigmaticen la politica y le quiten su connotación peyorativa, politólogos que se quiten el chip colonial que hace que le rindamos pleitesía a los gobernantes, politólogos que se resistan a la dominación desde cualquier forma de micropoder, politólogos que reedifiquen el Estado desde una nueva constitución política real y justa, politólogos que democraticen el saber y el ejercicio político desde la interacción con los sectores populares.
En el caso de las universidades públicas este quehacer académico del politólogo debe encarnar con mayor profundidad y convicción la búsqueda de un bienestar público, y debe caracterizarse por mantener un análisis constante de la realidad en aras de construir propuestas para los problemas que aquejan a nuestro país. Sin embargo, el panorama es un poco diferente ya que al interior de las universidades públicas las constantes reformas a los programas académicos han buscado acomodar los pensum y los contenidos de las materias acorde a las necesidades del mercado y de la reproducción de nuestra (i)realidad política. Se están formando burócratas al servicio de la institucionalidad, incapaces de asumir su trabajo de manera crítica. La pasividad propagada por este sistema educativo por medio de relaciones jerárquicas y unidireccionales entre maestro – conocimiento – estudiante, y el desprendimiento de la relación entre teoría y práctica, implican el aislamiento del saber y la determinación absoluta a su interior, impidiendo la existencia de la práctica crítica, propositiva y transformadora de los problemas de nuestra sociedad.
Esta profunda carencia hace que nos convirtamos en meros sujetos encargados de resolver coyunturas, sin llegar al fondo de la problemática social, alejándonos de ser transformadores de realidades, y suprimiendo nuestro ser académico comprometido. Además se coarta la libertad de pensamiento y acción, interfiriendo así con el desarrollo de las ciencias sociales que deben surgir y fortalecerse en contextos libres, y nutrirse de la constante relación con el contexto social y político para transformarlo.
Con esto, la ciencia politica en Colombia, en un sistema educativo pasivo y en un régimen autocrático, afronta grandes desafíos que replanteen las acciones del politólogo frente a la problemática del país, acciones que permitan una formación politica a partir de la cual se construya un sistema político justo y equitativo.
Causa malestar y cansancio la experiencia de la universidad aislada de la sociedad, con pregrados con el titulo de ciencia, que más que construir conocimiento en pro de la edificación de una sociedad más justa, busca forjar seres humanos al servicio del mercado, con competencias para ser eficientes pero no para la transformación del mundo. Este tipo de ciencia y academia acrítica, aunque implica una creación misma del ser humano, se sostiene bajo la castración de las posibilidades creativas del mismo, para facilitar la instrucción de burócratas mas no de politólogos que se preocupen por su realidad.
Diríase para terminar que una formación en ciencia política debería constituirse a partir de la crítica de los paradigmas, en busca de una consciencia que profundice la crítica como elemento de construcción y la libertad como elemento emancipatorio (y como búsqueda humana), atendiendo a que son elementos necesarios para el desarrollo académico, pugnando así por lograr formular ideas y proponer soluciones que contribuyan a la cimentación de un conocimiento alterno, y al proceso de empoderamiento social, para la búsqueda y construcción de un cambio político, económico, social y cultural.
El problema estriba más allá de los cuestionamientos acerca de qué estudiamos y cómo lo hacemos (cuestiones fundamentales), para adentrarnos entonces en la preocupación de nuestro que hacer académico y político, como compromiso con nuestro momento histórico y en nuestro papel como estudiantes y como politólogos en formación. La preocupación debe trascender a la discusión en torno a nuestra actuación en la realidad política y social colombiana.
Los politólogos debemos asumir nuestros compromisos académicos y políticos y dirigir nuestros esfuerzos para la construcción de una realidad distinta, donde la premisa fundamental no sea la desigualdad, y mucho menos el clientelismo y la corrupción el medio político para mantenerlo.
Para ello se necesitará de politólogos que desafíen estructuras de poder sumamente arraigadas, y que contraríen los rumbos que estas tratan de trazar sobre nuestras vidas.
Escrítica