Las celebraciones y los sentimientos patrios de libertad e igualdad que se sacan a relucir por estas fechas, no son más que una burla para las miles de personas que han luchado por más de quinientos años por una independencia real, y por una igualdad entendida por equidad en cuanto a derechos y no a homogeneidad, término que el patriotismo ha adoptado sutilmente, buscando construir un continente totalmente alienizado, que no refleja la multiculturalidad en la cual estamos inmersos, castrando así cualquier asomo de libre desarrollo.
Remontándonos a la historia del pueblo, y no a la que han escrito por nosotros, la soberanía de Latinoamérica ha sido violada por propios y extranjeros desde que esa palabra se asomo por las tierras conquistadas por Colón, y es que en el año 1810, aunque se inicio oficialmente la lucha independentista lo que realmente ocurrió fue que se dio un cambio de amos, estuvimos en manos de amos criollos mal llamados “próceres de la independencia”, los cuales, “culturizaron” a gran parte de la población que había en la naciente República, con la excusa de que estas personas, estaban interfiriendo con el desarrollo político, social y económico; Los padres de la patria, en especial Simón Bolívar, querían construir un proyecto, donde primara la unidad de todos los pueblos Latinoamericanos, conservando, eso sí, el poder para ellos mismos; esto lo intentaron a partir de la imposición de paradigmas, que regían la política y la economía Europea, y que no tenían relación alguna con la realidad que se vivía en nuestros territorios.
En el caso colombiano esto llevo al pueblo a sumirse en varias guerras civiles, defendiendo ideologías políticas que primaban por los intereses de los grandes comerciantes y terratenientes, los mismos que iniciaron la venta de las tierras, y con esto el sometimiento a Estados Unidos, demostrado con acontecimientos como la pérdida del Istmo de Panamá, los cuales cimentarían la base de la relación esclavo-amo, que aún se vive en el continente, y que obviamente, no trae beneficios para las clases subalternas.
La independencia que nos queda, es entonces, una hoja de papel, donde las élites se apoyan para vociferar su libertad de defenderse y de vendernos al mejor postor, a ese que les deja inmensas ganancias y que carcome la dignidad del pueblo colombiano con problemáticas como el narcotráfico y el paramilitarismo, a ese que se disfraza de desarrollo y señala con su dedo ensangrentado cualquier asomo de protesta por parte de quienes creen que la lucha por la verdadera independencia aún no ha claudicado.