Por: César Rodríguez Garavito
Las reacciones al para agrario
muestran que los colombianos somos expertos en entender la violencia y
sobrevivir en solitario silencio; pero no sabemos muy bien qué hacer, ni qué
decir, ante el raro suceso de una movilización colectiva y pacífica.
La
sorpresa no es sólo del Gobierno, que subestimó al movimiento campesino e
intentó darle el mismo tratamiento clientelista que a los partidos. Son
neófitos también muchos medios y analistas. Habituados a comentar las intrigas
del Poder, con mayúscula —el predecible drama de la reelección, el último trino
de Uribe, el declive de los verdes y el Polo—, olvidan que, en las democracias,
la política también la hacen los protestantes, aunque su poder se escriba con
minúscula.
Sólo
décadas de estar hablando de violencia explican que un puñado de vándalos
reciba tanta atención noticiosa como una movilización ciudadana que no se veía
hace 36 años. Sólo el dominio secular de la violentología en las ciencias
sociales y del análisis electoral en el periodismo y la politología explican
que se analicen con menos detalle las protestas que sus repercusiones sobre la
reelección y la “gobernabilidad” de Santos.
Es
hora de tomar en serio a los movimientos sociales, de estudiar el poder desde
abajo, tanto como se ha estudiado desde arriba. Para eso hay que echar mano de
las herramientas de la sociología, porque las de la ciencia política dominante
se han quedado cortas.
Así
se entiende mejor la revuelta de las ruanas. ¿Por qué surgieron las protestas
en este momento? Algunos se sorprenden de que los campesinos hayan salido a las
carreteras justamente en medio de un gobierno que ha prometido la restitución
de tierras y podría negociar el fin del conflicto armado en el campo. Pero los
sociólogos saben que estas aperturas institucionales son oportunidades
políticas propicias para los movimientos sociales. Precisamente porque este
gobierno es menos insensible a los problemas históricos de los campesinos y
porque las Farc no tienen el mismo poder de amedrentar o cooptar de antaño, la
movilización es más factible. Y lo sería aún más en un contexto de
posconflicto.
¿Por
qué se expandió el paro? Porque los protestantes encontraron recursos efectivos
para organizarse y propagar su mensaje. Como escribí en este espacio, al igual
que en otras primaveras, las redes sociales ofrecen una solución al obstáculo
principal para una movilización nacional: la desconexión entre los campesinos y
los descontentos urbanos. La llegada del paro a las ciudades, de la mano de los
videos filmados por familias boyacenses sobre los desmanes del Esmad, comprueba
que las redes sociales amplifican el efecto de estrategias tradicionales como
las marchas.
Lo
cual nos lleva a la pregunta sobre el futuro de la movilización: ¿qué tan
durable y frecuente puede ser? La respuesta depende, en buena parte, del tercer
factor que resaltan los estudiosos de los movimientos sociales: la existencia
de una causa y un discurso que unifiquen los diferentes descontentos. En otra
columna decía que el pegante de los movimientos de indignados en Colombia
podría venir de la oposición al manejo de los recursos naturales, a medida que
las protestas contra la minería y las causas ambientales conectan a campesinos
y jóvenes urbanos. Lo que estamos viendo en el paro agrario apunta en esta
dirección y se suma a casos como los de las consultas populares contra la
minería en Santurbán y Piedras (Tolima).
Los
justos reclamos campesinos, que el Gobierno aún está a tiempo de atender,
pueden sacar del olvido al sector agrario. Ojalá hagan lo mismo con los
movimientos sociales.