Entre balas y flores: apropósito de feria de flores y los pactos entre los combos



Panorámica centro de Medellín
Medellín, la ciudad de la eterna primavera como es llamada para feriarla y promocionarla internacionalmente como una metrópoli de prestadora de servicios, es una ciudad agazapada en los recodos de sus laderas, temerosa de sus calles y esquinas, y sometida a la más cruel de las violencias: la para-mafiosa[1] o las mal llamadas bandas criminales, que no son más que los reductos no desmovilizados del paramilitarismo.

Han sido estas bandas paramilitares quienes han ejercido un férreo control territorial en la ciudad desde 1998, que según alias Don Berna se crearon a petición de los comerciantes e industriales de Medellín porque era necesario contrarrestar el terrorismo, el secuestro y otras actividades de organizaciones como las FARC, el ELN y otras milicias”[2]. De esta forma y a finales de ese mismo año empieza a incursionar el Bloque Metro en la ciudad sometiendo o eliminando “los combos”, que otrora sirvieron a los intereses del cartel de Medellín. Para finales de 1999 la guerra entre los bloques paramilitares Metro y el Cacique Nutibara llevo a cambios de bandos de los diferentes grupos criminales entre ambas estructuras, dando por resultado la destrucción del Bloque Metro y la posesión de alias Don Berna como el cacique de la ciudad.

A la incursión del paramilitarismo en la ciudad se suman las acciones de guerra por parte del Estado hacia la población civil en las comunas consideradas como guerrilleras o milicianas. La más famosa de estas acciones fue la operación Orión en la comuna 13. Así como, tras las acciones militares y policiales se despejan los barrios, a la vez que se abre camino al robustecimiento de la economía criminal y el control militar de los barrios por parte de los paras, quienes no se ven afectados por ningún dispositivo del Estado.

Es la connivencia de la institucionalidad con el paramilitarismo es la clave para su posicionamiento territorial, económico, social y político en la ciudad, haciéndose del control de las redes mafiosas de las oficinas sicariales y del negocio del narcotráfico.  El bloque Cacique Nutibara logra entonces, consolidar su poderío sobre toda el área metropolitana, siendo estos mismos quienes, más adelante y con más ganas de expandirse que de paz, se “desmovilizarían y reincorporarían” a la vida civil, con el fin de legalizar y afianzar su economía ilegal, además de obtener los beneficios judiciales que adquirirían después en el marco de la Ley de Justicia y Paz.

En este punto Medellín pasó de las constantes balaceras entre loma y loma a una calma plagada de sospecha y complicidad, a este período que comprende de 2003 a 2007, casualmente la alcaldía de Sergio Fajardo, se le conoce como “donbernabilidad”, a razón del pacto entre los Héroes de Granada y el Cacique Nutibara para disminuir los índices de criminalidad y homicidios en la ciudad. Dicho pacto se respetó con la voz del fusil. La ciudad al fin brilló, creyéndose libre de pecado, olvidando que, como sin cuerpo no hay muerto, a la par que las estadísticas de los homicidios bajaban, las de los desaparecidos aumentaban. 

Aquí es necesario resaltar que en la ciudad los períodos de calma y tranquilidad han estado marcados en el fondo por pactos entre las diferentes organizaciones para-criminales presentes en la ciudad, así que la llamada “donbernabilidad” no sería ni el primero ni el último trato de su tipo.  Alianzas como estas no dejan de llamar la atención debido a la alta coincidencia, no solo con los puntos álgidos de la violencia para-mafiosa si no también con eventos de relevancia internacional en la ciudad, como los Juegos Suramericanos de 2010, y fechas especiales como navidad y año nuevo.

Recientemente, Medellín y el área metropolitana gravitan en medio de una tregua criminal entre la mal llamada oficina de envigado y los urabeños, que empezó a mediados de julio del presente año[3]. Este pacto se realiza con el fin de que cada estructura criminal conserve los territorios que tiene, que se suspendan las “fronteras invisibles”, el respeto por las finanzas de cada estructura y el no asesinato de coordinadores, con el fusil como prenda de garantía para su cumplimiento.

Teniendo en cuenta lo anterior no es extraño que dicho pacto se celebre unas semanas antes de Feria de Flores, que la alcaldía municipal y la policía metropolitana “desconozcan” dichos acuerdos, y por ende sigan delegando la paz, la seguridad y la convivencia ciudadana a los para-criminales. La ciudad entera se encuentra sitiada, pero la administración ha sido miope a la hora de diagnosticar el problema, para formular soluciones eficaces y quitarle la iniciativa y el control de los barrios a la para-mafia.

El fenómeno de la violencia en la capital paisa no es un asunto de novedad. La administración se ha equivocado de estrategia, además de pecar de cómplice, al pretender tratarlo como un problema de simple crimen organizado, cuando es claro que son estructuras criminales que tienen un sustrato paramilitar, nacido a las sombras del mismo Estado. La incapacidad del alcalde y sus funcionarios para comprender las dimensiones y alcances del conflicto urbano, han limitado los esfuerzos de la institucionalidad a reducir cifras, llevando un conteo meticuloso de cada muerto y cada hecho violento, en lugar de atacar las raíces de los problemas con políticas sociales. Se crea así, en el imaginario de los funcionarios y estadistas la ilusión de falsa seguridad y del “deber cumplido” cuando la estadística baja en dos números.

De esta forma es como se lee la ciudad desde las altas esferas del poder, como un montón de estadísticas y números que hay que combatir con cálculos cada vez más elaborados, eludiendo cualquier posibilidad de generar soluciones reales en las calles, en los barrios y en la gente, redundando en la deshumanización del conflicto. Lo cual es una clara muestra de desconocimiento y debilidad a la hora de asumir acciones concretas frente a situaciones como la pobreza y la marginalidad, y a otras muy específicas como la Tregua para-criminal. Es así como desde la miopía de la administración se movilizan grandes presupuestos y contingentes de hombres armados en las comunas, fomentando la desconfianza y descrédito hacia la fuerza pública y la institucionalidad por de parte de los ciudadanos.


En una confrontación bélica es fundamental ver el papel de la población civil involucrada, que ha sido parte integrante y víctima de los bandos enfrentados. En la historia del conflicto colombiano se deben reconocer los factores que han hecho estallar la inconformidad social, ya sea en el campo o en la ciudad, a niveles tan agresivos que se siguen sustentando en las armas. Es la ciudadanía empoderada de su derecho a la ciudad la que debe forzar a la institucionalidad a actuar conjuntamente y tomar este tipo de pactos, por macabros que sean, como una oportunidad para un Diálogo de Ciudad, los diálogos de paz no son y no deben ser solo en La Habana y la guerra no solo involucra a los actores que se han armado, ya que esta conocedora de su conflicto, sabrá formular soluciones acordes al mismo para lograr una paz con dignidad.







[1] Éste es un concepto utilizado por Fernando Quijano, director de CORPADES, para referirse a la mutación y la transformación que sufren los reductos del paramilitarismo al quedar desarticulados de una estructura jerarquizada, que se dedican exclusivamente a la consolidación de una economía criminal.
[2] Más información en Verdadabierta.com en el siguiente link http://verdadabierta.com/justicia-y-paz/3606
[3] Según lo denunciado por CORPADES y la Mesa de Derechos Humanos de Medellín, dicha tregua se pactó el 14 de Julio en el municipio de San Jerónimo-Antioquía y se refrendó entre el 22 y 23 del mismo mes en algún lugar de la ciudad.