Colombia anda hoy por caminos difíciles,
tanto por las innumerables acciones de protesta que desestabilizan gobiernos
locales, departamentales y primordialmente el nacional, así como porque estas
mismas son expresión de nuevas formas de accionar de ciertos sectores y clases
sociales, son resurgimiento de la acción colectiva en un país que estuvo diezmado
por el terror estatal y paramilitar en
las últimas décadas. Pero resulta aún más difícil observar y analizar el país
político cuando hoy se desarrollan nuevamente escenarios de diálogo entre la insurgencia
y el Estado, sean los que avanzan en la Habana con las FARC o los que se
presumen podrían comenzar prontamente con el ELN, ambas organizaciones
guerrilleras, las más viejas de toda América Latina y el mundo.
Siendo difícil y compleja la actual situación
política colombiana, en términos de la relaciones entre Gobierno y
“Gobernados”, así como entre Estado y Rebeldes, resulta aún más complejo y
complicado emprender un análisis sobre estos temas que nos arrojen indicios
frente al porvenir del país “del sagrado corazón de Jesús”.
En esta ocasión no pretendo establecer ideas
que abonen la gran cantidad de análisis que abundan en periódicos, revistas o
en gran cantidad de páginas en la web. Lo que quiero es expresar mi profundo
inconformismo frente a la decadente academia que no hace más que hacerse ajena
de la realidad social colombiana.
No vamos a hablar desde la generalidad ni
mucho menos desde la abstracción. Esta es nuevamente una letra que lleva fuego
y que posiblemente quemará o generará resentimiento en algunos, varios o
muchos. Ojalá lo logre.
Recuerdo que hace unos años, en la facultad
de ciencias oscuras y econométricas de la universidad “nacional” sede metrallo,
se difundió un texto que se titulaba: ¿Formación de politólogos o entrenamiento
de burócratas? Este generó una gran discusión en las aulas porque, según
algunos, manifestaba equívocamente una impresión sobre la carrera de ciencia
política, mientras otros, a costo de un reconocimiento que demostraba
inconformidad, asentían frente a la crítica que allí se expresaba, la
profundizaban y evidenciaban al reír con los o de los que se pasean de buró en
buró, en las palomeras, malgastando recursos, cuando no apropiándolos extraña o
inmerecidamente.
El documento logró su objetivo, ante la
pregunta que llevaba por título recibió respuestas desde diversos puntos y
perspectivas, de hecho revivió la posibilidad de hacer del debate parte de la
cotidianidad de la “comunidad universitaria”, de retomar el hermoso ejercicio
de conversar sobre nuestras realidades en una clase o fuera de la misma, de
dialogar y discutir sobre nuestras apreciaciones de la actualidad social,
política, económica, de la ciudad, el país o el mundo.
Sin embargo, ese texto llevaba consigo una
sustancia vital, una crítica profunda a las raíces del proceso de-formador que
se desarrolla en esta facultad, y en la universidad en general, era una sátira
a la triste realidad que hoy sigue vigente, principalmente en el marco de lo
que se encuentra instituido, porque hay que reconocer que algunos estudiantes
de Ciencia Política vienen avanzando en la construcción de alternativas para la
carrera en su conjunto.
Y toda esta palabrería para llegar al meollo
del asunto. Es incomprensible que los politólogos que se “forman” en la
principal universidad pública de Colombia no tengan en su currículo asignaturas
tan vítales e imprescindibles para el análisis del país como lo son: Movimientos
Sociales e Historia del Conflicto Armado en Colombia. Sé que pueden ser muchas
más las faltantes, pero ante la mirada de la Colombia del 2013 me pregunto:
¿Cómo estarán pensando y analizando los politólogos los procesos de paz? ¿Qué
análisis habrán elaborado o estarán elaborando en el marco de las protestas,
movilizaciones y procesos sociales y populares que se vienen constituyendo en
los últimos años o más precisamente en el 2013? ¿Será que hay los elementos de
análisis para desarrollarlos? O peor aún ¿será que hay los intereses?
Es por esto que se hace necesario recordar y
remarcar el tipo de educación que se imparte, porque así sucede, el conocimiento
lo imparten, no es producto de una construcción colectiva como algunos o muchos
quisiéramos. Y sabiendo que así es el modelo educativo, es preciso anotar que
si este tipo de materias o temáticas no son parte del proceso “formativo”, ello
tiene que ver con el tipo de profesional que se busca producir: el supuesto profesional
ausente del campo político, el ausente de la lucha de ideas, el siempre ausente
de la praxis que requiere Colombia, así lo buscan moldear, como al tecnócrata
para que mantenga a todos felices con pan y circo, con dinero y prosperidad.
Pero no lo logran, y tal vez aún sea difícil
que la hegemonía del modelo sea total, aún se escuchan posiciones inconformes y
transgresoras, aún se cultiva el pensamiento crítico, de hecho algunos pensamos
que aún yendo por difíciles caminos se abren posibilidades para construir
cambios en diferentes esferas y escenarios, todo dependerá de la capacidad para
afrontar las situaciones y del interés por hacernos parte y asumirnos como
sujetos de cambio.
Sea esta una invitación para mantenernos y
avanzar, desde la academia –la institucional actual deformadora–, desde la
“otra” academia –la que construimos colectivamente–, desde la lucha social y
popular en todos los rincones de los territorios que habitamos.