El conflicto social, político y armado en el
país ha sido la cotidianidad para cientos de comunidades y territorios en el
transcurso de las últimas seis décadas, durante todos estos años la consigna de
la paz ha sido enarbolada por miles de movimientos y organizaciones, sociales y
populares, así como por la insurgencia y los gobiernos de turno. No obstante,
la idea de PAZ es aún muy distante entre estos actores, de hecho es difícil
definirla pero lo que sí es absolutamente claro es que todos queremos vivir en
un mundo, en un país, en una ciudad, en un barrio… en paz.
Teniendo en cuenta que hoy la negociación de
los actores armados es nuevamente una realidad y que la búsqueda de la solución
política continua siendo una reivindicación bastante pertinente para el país,
es oportuno realizar una breve reflexión sobre las distintas visiones y caminos
hacia la paz que se logran apreciar.
Hay una comprensión de la paz como lo
contrario al conflicto armado, es decir, una concepción que parte de que para
lograr una Colombia en paz simplemente se requiere detener la confrontación armada
en todo el territorio nacional. Esta visión desconoce el carácter social y
político del conflicto colombiano, y por lo mismo las raíces estructurales del
alzamiento armado de una parte de la población colombiana que se ha organizado
en grupos guerrilleros. Podríamos decir que esta visión de paz corresponde
preferentemente a sectores de la élite económica y política del país, de
derecha, y que principalmente ha sido expresa en el discurso y la práctica
gubernamental y como política de Estado.
Dicha lógica se sustenta bajo la premisa de
que el Estado y sus instituciones son la representación política del pueblo y
la nación, y que este es el único con la potestad de hacer uso de la fuerza, lo
que se conoce como el supuesto “monopolio legítimo de la fuerza”, y por ende
debe recobrar esta capacidad que le disputa la insurgencia. No obstante es
ridículo y contradictorio saber que quienes han sostenido dicha tesis han
acudido y acuden a formas extralegales y para estatales para el logro del
objetivo.
Bajo esta comprensión se ubican dos caminos
para lograr la paz: a) que se dialogue/negocie con la insurgencia en la
búsqueda de acuerdos que conlleven su desmovilización (desarme y reinserción) y
que suelen estar acompañados de promesas de cambio en materia social y
posibilidad de acción política –dependiendo de la negociación– pero que no son
garantía de seguridad en un país donde hay actividad paramilitar y
antisubversiva permanente (así sea de baja intensidad); y b) el camino de la
profundización de la guerra, con el objetivo del triunfo militar, es decir, la
aniquilación del “enemigo” reconociéndosele o no su carácter político. En lo
concerniente a las posturas de los últimos gobiernos colombianos, podría
decirse que del 2002 al 2010 se optó por el camino b, y del 2010 al 2013 viene
transitándose por el camino a, y lo planteo así no porque se venga negociando
desde el comienzo del santísimo gobierno, sino porque desde su decir, además de
las llaves de la casa de Nariño este aristócrata “se consiguió” las llaves de
la paz, elementos permanentes en su discurso desde que se posicionó y que hoy
día se han traducido en la “disposición” para entablar diálogos con las FARC-EP
y posiblemente con el ELN, pero sin dar muestra de tal voluntad de paz en el
campo social y económico.
Por otra parte, la insurgencia ha tenido
diversas apuestas acorde a los propósitos y visión de cada organización, pero
todas ellas han confluido y confluyen en que la comprensión del conflicto
armado pasa por entender y reconocer la existencia del conflicto social y
político. Es por ello que definen la Paz no simplemente como fin de la guerra
sino como la posibilidad de gestar cambios sociales y políticos, atinentes
principalmente a las razones concretas que conllevaron su alzamiento y la
estructuración de sus programas (mínimos y máximos).
En el discurso de las guerrillas es
permanente la reivindicación de que ellas mismas son pueblo y que su razón de
lucha se asienta en la posibilidad de conquistar una mejor vida para las
mayorías, planteamiento sobre el cual no ahondaré, pero es claro que existen
ciertos matices en la comprensión de cómo se camina a la Paz, lo cual trataré
de expresar. En el caso actual, tanto las FARC-EP como el ELN apuestan por la
construcción de Paz en el país, y para ello reconocen que es fundamental la
solución política al conflicto, no obstante optan o parecen hacerlo por caminos
un tanto diferentes. Las FARC-EP están en la Habana, desarrollando un proceso
de conversaciones sobre 5 puntos a partir de los cuales buscan llegar a un
acuerdo con el gobierno, y son los dos primeros puntos –agrario y participación
política– los que en cierta medida pueden definir el éxito o no del proceso, y
frente a los cuales parece que no hay grandes obstáculos. Asimismo, durante lo
que va del proceso, las FARC han llamado continuamente a que el espacio se abra
a la participación efectiva de la “sociedad civil”, sin embargo ello no ha
sucedido y lo más posible es que no suceda, por lo cual se definieron formas de
“participación” no directa y sin capacidad de decisión, como han sido los foros
organizados por la ONU y el Centro de Pensamiento para la Paz de la UNAL, tanto
el que trato sobre lo agrario como el de participación política.
Por otra parte, desde que Santos habló de las
llaves de la Paz el ELN ha emitido comunicados expresando su voluntad para
transitar a la solución política del conflicto y avanzar en la construcción de
Paz, empero hoy día esta organización aún no ha logrado entablar con el
gobierno un proceso de conversación (o tan siquiera no se ha hecho público), y
lo más posible es que se estén desarrollando acercamientos. La cuestión es que
existe un gran atolladero con esta organización, que desde los 90 habla de que
su apuesta de Paz está condicionada a que el pueblo participe efectivamente del
proceso, además que su discurso de defensa de la soberanía nacional y de los
recursos naturales puede ser un obstáculo en posibles diálogos, ya que son
opuestos al marco del modelo de desarrollo que se implementa y que parece no
haber voluntad para ser discutido por parte del gobierno.
Observando que las conversaciones en la
Habana entre Gobierno y FARC van por buen camino, habrá que esperar qué sucede
con el ELN, lo que sí es claro es que un proceso verdadero de solución política
al conflicto armado y de construcción de paz requiere del diálogo con todas las
expresiones insurgentes.
Finalmente, desde diversos movimientos y
organizaciones sociales y populares se ha mantenido firmemente una postura
sobre la Paz. Esta posición parte del reconocimiento de que es necesario e
ineludible parar la guerra, ya que han sido las organizaciones y movimientos
los más afectados por la misma. Es en ellos sobre quienes ha recaído gran parte
de la acción paramilitar y el terrorismo de Estado, así como han sido afectados
o ultimados por la insurgencia en ciertos momentos. La organización social y
popular aparece entonces, como un tercer actor de la guerra, que no tiene armas
pero que está profundamente ligado al conflicto social y político en el país, y
que siempre ha terminado siendo la mortadela del sánduche del conflicto armado.
Es por esto que la Paz para los movimientos
sociales y populares tiene como presupuesto fundamental el parar la guerra, sin
embargo, para hablar de Paz, su propuesta está condicionada a transformaciones
sociales, económicas, culturales y políticas en Colombia, proceso que se debe
constituir a partir de la participación popular directa y que debe
materializarse en las regiones, en los territorios en concreto. Aludiendo a los
principales elementos políticos que han puesto en la opinión pública los
movimientos que se han venido posicionando en los últimos años: la Paz es Vida
Digna y Justicia Social y la construyen los pueblos mediante la movilización
permanente.
Es irónico que este actor, que nunca decaído
en dicha posición, que es quien está en medio de la guerra sin tener armas, ha
sido el menos tenido en cuenta y de hecho el por siempre excluido de los
llamados procesos de paz. Lo cual lleva a pensar y a dejar en pregunta si bajo
el paradigma de la realpolitik, que parece primar en Colombia: ¿para hablar de
paz es necesario tener armas?