Manuel Humberto Restrepo Domínguez
La guerra tiende a convertir a los humanos en
instrumentos de odio, de venganza. Su objetivo se orienta a destruir el cuerpo,
la conciencia, la voluntad. La guerra crea por sobre toda regla el derecho a
matar que prevalece sobre todos los demás. La guerra rompe el tejido social, la
confianza en el otro, las bases de la convivencia, el afecto, la solidaridad.
La guerra impone mecanismos asociados a la trampa, a la astucia, a la simbiosis
del ser doble (uno en sus deseos y palabras y otro en sus acciones). La guerra
es la mejor apuesta de quienes concentran la riqueza y a través de ella imponen
una cultura política y unos modos de vivir bajo la estética del terror. En la
guerra, las leyes son usadas como herramientas para silenciar, subordinar,
someter, aplacar, amenazar, controlar y eliminar adversarios políticos. Con los
beneficios de la guerra se queda la clase social en el poder y con sus
residuos, es decir muertos, lisiados, afectados en general, banderas de héroes
manchadas de hipocresía y necesidades sin garantías para satisfacerlas, se
queda la otra clase, la que el capital y su máquina de muerte ha venido
convirtiendo en nadie, en la clase de los nadies. La guerra facilita el
traslado del capital dedicado al gasto social hacia las cuentas bancarias de los
que la vitorean y alientan, pero no van a los campos de batalla ni envían a sus
hijos a padecerla, cuantos más vitores de guerra mayor acumulación de poder y
capital, más mercados y más humillaciones.
La guerra hace que la vida vaya más de prisa.
Hace que los padres entierren a sus hijos y una vez convertidos en víctimas
sigan el curso de la degradación humana. Quienes sobreviven a la guerra quedan
condenados a la nueva esclavitud de explotados. Son convertidos en mercancías
que producen otras mercancías. Los desplazados por la globalización y su
maquinaria de guerra son obligados a huir, a cambiar 20 horas de desgaste
–infrahumano- por una ración de comida hacinados en barcos que salen de un
lugar fletados con algodón y fibras y llegan a su destino con prendas de vestir
elaboradas, o en garajes, en subterráneos, en cárceles convertidas en centros
de producción privada. Es la nueva esclavitud de unas víctimas de las guerras
que buscan una oportunidad para escapar de la miseria y tan solo sobrevivir
mejor en algún lugar en el que puedan caminar en la luz del día, sin
esconderse, ser otra vez alguien.
Víctimas de la misma lógica de guerra, son
los millones de inmigrantes, de desplazados, de cuerpos sin vida que abundan en
fosas comunes, de mutilados que esconden su tragedia para evitar ser
revictimizados, muchos de ellos son las víctimas de las intervenciones de la
OTAN, del sionismo y de los mariners que ofrecen Paz, derechos y libertad al
paso de sus tanques y misiles. Son también los millones de jóvenes despojados
que se rebelan, que crean redes de indignados, de Nadies, que suman y
multiplican voces contra el perverso sistema de poder en manos de una elite
trasnacional que se duplica en lo local. El sueño de derechos para los
explotados hay que lucharlo en el día a día, en cada lugar, en todo instante,
en colectivo, con las herramientas útiles en cada contexto. No hay derechos
para siempre, ni justicias imparciales, no hay derechos para los nadies. El
presente lo viven a su antojo los explotadores que con la guerra alimentan la
desigualdad y alientan la muerte.
El sistema amontona a sus víctimas, las pone
en espera para explotarlas aunque sea por un día, por unas horas, luego los
empuja a sobrevivir, a ser capturados por las redes de la guerra, allí podrá convertirlos
en legales, ilegales, desaparecerlos o matarlos. En Colombia, la clase social
por fuera del control del estado y del capital, ha sido convertida en
extranjera de su propio país, no cuenta, no es visible, es negada, es olvidada,
no hace parte de la misma patria por la que sus hijos han sido condenados a la
muerte. Las mayorías solo aparecen para el Estado en papeles, en documentos, en
normas, pero no en la realidad material. Los nadies fueron expropiados del
catálogo de derechos por ellos conquistados y con ese mismo catalogo son
condenados al destierro, a la muerte.
Las mayorías convertidas en nadies, son
llamados, conminados, obligados a ser el sustento material de la guerra. A
ellos se les educa y encarga para matar o morir con “fe en la causa”, que
finalmente no es otra que la causa del capital en pocas manos. La guerra es
ofrecida como una oportunidad de empleo, es estimulada desde adentro del estado
que la promociona y vende como la gran oportunidad de tener destino, de ser
alguien, de tener derechos y patente de libertad para hacer del asesinato del
otro su propio derecho. Algunos van a ejércitos rebeldes, otros a mafias
conducidas por los responsables políticos del estado, otros serán sencillamente
soldados. Son parte de los mismos nadies, que matan o mueren por la fe en la
causa, convierten su vida, su cuerpo y su mente en instrumentos de muerte. El
estado ofrece la ilusión de que el soldado podrá ser más grande de lo que es en
sí mismo, ofrece hacerlo parte de un lugar, de una familia, de una historia, lo
anima a ser un instrumentos de muerte, le ofrece una bandera, un escudo, un
himno, una consigna, un uniforme, un arma.
La lógica para permanecer como soldado es la
obediencia, la sumisión, el honor, la lealtad a su verdugo que oficia de superior.
El sometimiento le garantiza la existencia, hay que aferrase a las órdenes de
sus superiores sin discusión, se acata en silencio. Se obedecen las órdenes sin
importar lo estúpidas o criminales que puedan ser, el superior es el referente
para ser alguien, el decide por la vida del soldado, le traza su destino, el
superior es un auténtico nazi, que predica que un militar se entrega a la
patria, muere por ella, aunque la patria y el capital se conjuguen en las
cuentas bancarias de los poderosos. La patria es el territorio y el arma la
garantía para dejar de ser nadie. El miedo es la herramienta de obediencia, es
la parte de la política de terror instalado en el soldado. El superior se
encarga de crearlo, de hacerlo sentir orgulloso. A través del miedo se le
borran al soldado los límites de lo correcto o lo incorrecto, lo legal o lo
ilegal, lo justo y lo injusto. El miedo incapacita a la conciencia del soldado,
le elimina la voluntad propia, lo lleva a matar. El superior modela al enemigo
en la dimensión que le sea útil a los intereses de los poderosos, califica la
peligrosidad de aquel al que pretende combatir, el soldado solo escucha,
obedece, dispara, mata. Los análisis de resultados, son asunto de los
superiores que los presentarán a los dueños del capital y del poder, ya no
hablaran de muerte, de destrucción, si no de positivos, la sangre de los nadies
–de los soldados o civiles- son cifras sin historia, sin memoria, sin tiempo,
solo cifras que los dueños del capital convierten en nuevos positivos económicos.
Muchos soldados tienen más miedo a sus
superiores que a sus adversarios en el campo de batalla. A los superiores se
les teme y se les adula. Los soldados prefieren morir y ser héroes que
enfrentarse a sus superiores. Matar destruye al que muere y al que mata, cada
muerte derrota dos mundos, trastorna la mente del asesino, pero eso no le
importa al superior que según su deseo expone la vida del soldado, la cambia
por medallas, por ascensos, por recompensas. La vida del soldado está bajo
plena disposición del superior, las ordenes hay que cumplirlas, hay que matar o
morir por una orden, unos se aferran a un escapulario, una virgen, un santo,
para cumplir la tarea de matar, afuera un superior calificará su actuación.
Matar al enemigo fue convertido en un derecho del soldado y en una obligación
del estado. El superior es el administrador de ese absurdo derecho, él puede
convertir al soldado otra vez en nadie, en basura y a la vida del enemigo
simplemente en nada.
P.D. La paz de Colombia no se hace renovando
las alianzas de la muerte. No aporta a la paz alistar nuevos soldados. El
Estado tiene que desarticular la máquina de muerte. El fuero militar no es una
herramienta de Paz, es contrario a ella, es una garantía de impunidad, ratifica
el derecho a matar. No aporta señalar que “Israel tiene mucho de lo que
Colombia necesita”: Asesoría militar para ajustar los aprendizajes del derecho
a matar. No alienta tampoco decir que la OTAN necesita mucho de lo que el
ejército de Colombia sabe hacer: ¿Matar o enseñar a hacerlo?. Es hora de
renunciar al mercado libre de comprar guerras y vender mercenarios.